El eje intestino-cerebro:

cómo funciona tu segundo cerebro

Seguramente alguna vez has escuchado hablar del eje intestino-cerebro y la microbiota. Pero, ¿qué es exactamente esta conexión y por qué la microbiota juega un papel tan importante?

El eje intestino-cerebro es el vínculo entre nuestro cerebro y el intestino, y se establece a través de un nervio llamado ‘nervio vago’. Este nervio se comunica con casi todos los órganos del cuerpo, incluyendo el corazón, pulmones, hígado, bazo, páncreas, estómago, riñones e intestinos.

Su función principal es regular el sistema nervioso simpático y parasimpático, controlando procesos esenciales como la frecuencia cardíaca, la respiración, la digestión y la recuperación del cuerpo.

Por eso, lo que ocurre en el cerebro influye en el intestino y viceversa. Esta conexión impacta directamente nuestro bienestar general, desde nuestro sistema inmunológico hasta nuestro estado de ánimo.

¿Cómo se comunica el intestino con el cerebro?

Más allá del nervio vago, hay otro factor clave que favorece esta comunicación: la microbiota intestinal.

La microbiota está compuesta por miles de millones de microorganismos vivos que habitan en distintas partes de nuestro cuerpo, como la boca, la saliva, la piel y los genitales.

Sin embargo, la mayor parte de estos microorganismos se encuentran en el intestino.

Tener una microbiota equilibrada es fundamental para la salud. Cuando la microbiota está alterada, disminuye la cantidad de bacterias buenas, lo que puede afectar el sistema inmunológico, la salud de los músculos, articulaciones, estómago, pulmones, piel, etc.

¿Cómo se construye la microbiota?

Nuestra microbiota comienza a formarse desde que estamos en el vientre materno. Al nacer por parto natural, nuestra madre nos transfiere parte de su microbiota a través del canal de parto, lo que ayuda a que nuestro organismo sea colonizado por bacterias beneficiosas desde el inicio. En cambio, cuando nacemos por cesárea, la microbiota que recibimos proviene principalmente del contacto con la piel de nuestra madre. Se dice que, entre los muchos beneficios del parto natural, uno de los más importantes es precisamente esta transmisión de microbiota, ya que puede ser más favorable para nuestra salud a lo largo de la vida.

Conforme crecemos, nuestra microbiota sigue desarrollándose y adaptándose a nuestro estilo de vida. Lo que comemos, con qué jugamos, lo que tocamos e incluso con quiénes nos relacionamos influye en ella, ya que compartimos bacterias a través de cualquier tipo de contacto.

Sin embargo, hay factores que pueden alterar esta microbiota, como el consumo excesivo de alimentos ultraprocesados, el alcohol, el cigarro y el estrés.

Pero ¿qué podemos hacer por nuestra microbiota?

Muchos médicos mencionan que lo mejor es que comencemos a  comer más parecido a como lo hacían nuestros antepasados: menos comida procesada, menos refrescos, menos frituras y menos productos “sin azúcar” que en realidad tienen más azúcar o endulzantes artificiales que no nos hacen bien. En su lugar, podemos consumir alimentos más naturales, evitando todo lo que está lleno de azúcares refinados y compuestos artificiales que alteran nuestra microbiota.

Si empezamos a comer mejor, podemos prevenir muchísimas enfermedades, reducir la inflamación y evitar la famosa “colitis”, que en realidad es una señal de que algo no está bien con nuestra microbiota, señal que puede derivar en muchos más problemas de gravedad, como enfermedades autoinmunes o cáncer.

También el consumo de probióticos, puede favorecer a tener una microbiota mucho más saludable y equilibrada.

¿Tenemos un segundo cerebro?

Si lo queremos ver de esa manera, sí. La microbiota intestinal puede influir en nuestro estado de ánimo e incluso agravar cuadros de ansiedad o depresión.

¿Por qué? Porque cada bacteria en nuestra microbiota transporta información que, a través del nervio vago, se comunica con el cerebro. Si la microbiota está dañada, este flujo de información puede alterarse, afectando directamente nuestro bienestar emocional y físico.

En el siglo XVIII, el médico y fisiólogo Robert Whytt desarrolló el concepto de “simpatía nerviosa” para describir los mecanismos que conectaban a los órganos internos, fue ahí donde observó que el intestino tenía un sinfín de terminales neurológicas y que éstas compartían "energía nerviosa" a todo el cuerpo.  En esa época, ya se hablaba de que el estómago era el órgano más importante y que tenía una relación muy estrecha con el cerebro.

Ahora se sabe que una mala digestión puede causar insomnio, cansancio y fatiga. Hoy sabemos que lo que comemos influye directamente en nuestra microbiota y que, si no la cuidamos, podemos terminar con problemas digestivos, inflamación e incluso problemas emocionales.

 

Bibliografía:


*El objetivo de este blog es educar de manera responsable sobre los suplementos y sus beneficios, siempre recordando que cualquier suplemento debe consumirse bajo la supervisión de un médico.

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